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Travesuras del vivir

EUSKERA IKASKETAK

EUSKERA IKASKETAK

¡Ama! Ez egin hori, nik mantekilatuko dudala.

Traducción: ¡Mamá! No hagas eso, que ya le unto yo, la mantequilla

 

Para entendidos muy sencillo. Pero para los que no lo sois, aquí van explicaciones.

En casa, hablamos euskera y castellano. Castellano entre el aita de Ibon y yo, pero con Ibon hablamos todo en euskera, que fue lo que decidimos cuando nació. Así que el enano, a veces, se monta unos líos que…

 

Después de soltar la perla, traducido al castellano a lo burro, empezamos a preguntarnos como lo diríamos, el verbo, o sea, en vez de decir, untar la mantequilla… mantequillatucar.

 

Y el descojono padre…

 

Presente: Yo mantequillatuco, tú mantequillatucas, él mantequillatuca…

¿Y un futuro?: Mantequillatucaré, mantequillatucarás….

¿Y el pasado?: Mantequillatuqué, mantequillastucaste, mantequillatucó…

¿Y un pretérito pluscuamperfecto?...

¿Y un subjuntivo?....

ARRASTRADA

ARRASTRADA

Si es que hay veces que las situaciones te obligan, aunque no quieras... A arrastrarte como una culebra para conseguir lo que uno necesita en esos momentos.

El baño, lugar de descanso y relax, en muchas ocasiones puede convertirse en una aventura sin parangón. Estoy trabajando y con ganas de hacer un pipí. Así que me meto en el baño y ya casi antes de cerrar la puerta me he quitado el cinturón porque vengo muy apretada. Con el peso retirado de la cintura (talkie, esposas, navaja multiusos, talonario de multas, linterna y algún artefacto más) cierro la puerta, pero resulta que me quedo con la manilla en la mano. Intento colocarlo en su sitio mas al hacerlo o tratar de hacerlo, mejor dicho, el pasador se va hasta el fondo, cayéndose al otro lado.

Y allí estoy, con las ganas de mear olvidadas en Pernambuco, planteándome seriamente como narices voy a salir del baño. Claro está, si aviso a los compañeros, el descojono va a ser monumental. Bueno, aunque cuando algunos lean esto se van a reir igual.

Pues como la puerta no llega hasta el suelo...si me entra la cabeza pasará el resto... me tiro en plancha y me arrastro de espaldas, mirando al techo, consiguiendo salir del baño. Y resulta que cuando ya me quedo tranquila, me doy cuenta de que me he dejado todos los trastos dentro. Logro abrir la puerta utilizando la manilla con el pasador que se habían caído fuera del baño y recojo los cachibaches que suelen rodear mi cintura.

Los cinco minutos siguientes no pude parar de reirme, sobretodo cuando me dí cuenta de que después de toda la historia no había meado.

PIPÍ

PIPÍ

Estaba sentada en el cuarto de baño cuando observó el bote de la tapa roja sobre el lavabo.

El abotargamiento propio de levantarse a las seis de la mañana le hacía andar a tientas muchas veces, más que nada, en rutina diaria y en esa ocasión como en otras, aposentó el trasero para vaciar la vejiga haciendo más liviana la presión de la barriga. Con los ojos vidriosos, contempló la cilíndrica figura que insinuaba su apertura ante el despertar paulatino del día.

-¡ Se me ha vuelto a olvidar!- pensó. ¡Pues tendré que ir al centro médico a dejarlo!

La empresa contrataba a un equipo médico para hacer la revisión anual a los trabajadores y ese día iban a recoger muestras de orina y sangre para los análisis clínicos. Y con el olvido, habría que desplazarse para completar el reconocimiento.

Haciendo cábalas de cuando podría ir a llevarlo llegó al trabajo donde un compañero le comentó que debido a un descuido con un bote que se había abierto, le habían hecho volver a mear en aquel momento.

Así que ni corta ni perezosa, agarró otro bote de los que todavía sobraban y se marchó al baño. En suspensión, así estaba el cuerpo intentando sacar líquido de donde no lo había, pero con la esperanza de depositar algunas gotas en el interior del recipiente transparente se empleó a fondo con creadas espectativas.

-Bueno, ¡a ver si llenó este chisme!

Y poco a poco, empezó a caer un líquido amarillo pardusco con cierto característico olor al que normalmente se le denomina pipí. Ambarino, fue dejándose deslizar desde el conducto del que procedía mientras la mirada le seguía en su camino. Vió como iba abandonando el cuerpo para ir al interior del bote, pero con la misma observancia se percató de que algo raro pasaba ya que aquel chisme no se llenaba.

-Pero, ¿qué pasa?. Estoy meando y esto no funciona.

Centró más los esfuerzos pero, para nada, siguió vacío el susodicho. Cuando terminó la micción, lo levantó y empezó a reirse sola. Se había olvidado dos veces y cuando va y lo hace, resulta que el bote estaba roto.

Fue a hacerse los análisis sin pis y al final, pasada toda la película, le dijeron que no importaba que no fuera el primer pis de la mañana y que si quería desayunase, después de sacarse sangre, para intentarlo de nuevo.

En conclusión,
botella de agua en ristre,
esperó ansiosa a reventar la vejiga,
para llenar orgullosa de pipí
aquella pequeña botija.

CLASES DE CONDUCCION

CLASES DE CONDUCCION

Metió la marcha atrás. Inició el juego de balancear los pies encima del embrague y el acelerador. Despacio el coche comenzó a moverse pero con un brusco movimiento se detuvo. Arrancó otra vez y de nuevo miró por el espejo. El coche había salido dos metros del estacionamiento en batería para volver a calarse.

- Tranquila- le dijo la copiloto.- Punto muerto y arranca. ¡Ostras! ¡Viene un otro coche!

Eran las dos de la madrugada y la conductora empezó a ponerse nerviosa. A pesar de llevar varias clases para sacar el carnet de conducir y ya llevar bastante bien el asunto, el tomar entre sus manos un vehículo con gasolina en vez de uno con gasoil le hacía perder los controles sobre sus pies. Consiguió arrancar y logró desplazarlo un metro hacia adelante hasta que se volvió a quedar sin fuelle.

- Pero que ¿no pasas? ¡Paleto!

El vehículo que esperaba poder seguir su marcha, casi sin sitio, se coló entre el espacio de la parte trasera del coche en cuestión y la acera. A la copiloto le entró un ataque de risa y la conductora se le quedó mirando con cara rara y ante la reacción no pudo sino comenzar a reirse también.

- Pero ¿de qué te ríes?- preguntó.

- Pues de que le has llamado paleto y aquí la paleta eres tú.

Se miraron y no pudieron hacer otra cosa que agarrarse la tripa y reirse a carcajadas.

¡INCREIBLE!

¡INCREIBLE!

Hace frío. No llueve. El viento se quiere colar bajo de la ropa, pero con una capa tras otra, el cuerpo se halla tan abrigado que ríe a Eolo las carantoñas que desea hacerle.

Es temprano y el trabajo obliga a atravesar calles congeladoras, en busca de pequeños recovecos donde guarecerse. Los autobuses escolares se han dirigido a sus puntos de destino, cargados de niños somnolientos que ansiarían más un trocito de sábana tibia antes que el traqueteo del vehículo que les transporta.

Un aviso mañanero despierta la mente todavía medio dormida.

- Hay un atasco en la calle Eskalantegi. Un camión a la altura del puente. No puede pasar.- reza una voz en off.

Hacia allí se dirigen los pies, esperando encontrarse conductores en música de bocinazos y mal genio, voces chillando y paciencia desquiciada. Al realizar el giro, en la calle susodicha se recibe silencio y un asfalto liberado de circulación. En un costado un camión con las puertas traseras abiertas, mientras le vacían de su carga.

- No hay problemas, la calle está limpia.- piensa dando la media vuelta.

Reclaman su atención. El hombre que está trasladando muebles del camión a un almacén quiere comentarle algo.

- He llamado yo. Quería hablar con algun guardia. He tenido que poner el camión en medio de la calzada para poder descargar y he organizado un lío monumental, no veas el atasco que se ha originado - dice al agente.

- Ya, pero ahora ya no hay problemas, así que nada - recibe en respuesta.

- Sí, pero yo quiero que me pongas una multa - replica.

-¿Qué? ¿Qué has dicho? ¿Qué te ponga una multa?

El guardia no se cree lo que está escuchando. Un conductor pidiéndole que le coloque una multa. Bueno, sus razones tendrá y buenas serán, seguro, pero....¡una multa!

Le explica que viene desde Albacete y que está harto de entrar en esa calle y no tener sitio para estacionar el vehículo para poder descargar. Así que quiere la multa para presionar a su jefe, a ver si por lo menos le envía con un camión más pequeño allí. Además reitera que él ha incumplido la reglamentación habiendo estacionado en el centro de la calzada.

- Quiero la multa, aunque tenga que pagarla yo.

El agente divertido extiende la denuncia como si de una receta del médico se tratará y piensa:

- ¡En la vida seguro que no me vuelve a pasar esto! ¡Pedir que ponga una multa! ¡Increíble!

¡MÍO!

¡MÍO!

Agarró la vez. El número 8. El turno estaba en el 93. A esperar tocaba. Observaba los ojos de los pescados. Vidriosos. Fijos, estáticos. Desde su posición se apreciaba la piel resbaladiza y escamosa. El 94, el 95. De repente se da cuenta de que no tiene dinero. No se puede pagar con tarjeta. Sale corriendo de la tienda buscando un banco.

Saca la cartera y el cajero escupe el dinero. Con el resguardo en la mano, recorre la distancia hasta la pescadería. Por el camino hace una pelota con el recibo del cajero y lo tira a una papelera. Nuevos pasos.

Un pensamiento pasa por la mente. He tirado la vez de la tienda a la papelera. Me doy la vuelta y la busco. Mis ojos se detienen en los papeles de colores que hay dentro. Meto la mano. Miradas. Ahí está la chica mona, maquilladita y con tacones rebuscando entre la basura. Saco la mano pero no soy capaz de moverme de allí: ¡Cómo tenga que volver a coger número!¡Pues no quiero! Tengo que esperar demasiado.

Así que cuando tengo localizado el papel vuelvo a introducir la mano en la papelera y lo saco hecho un batiburrillo de arrugas. A mi altura una pareja me mira divertida y la verdad, yo me río más. Salgo corriendo y cuando llego a la pescadería una voz dice: ¡El ocho!. Y yo grito: ¡Mío!.

RETORTIJONES

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En aquel viaje tenía un ansia, a pesar de saberlo capaz de realizar en el lugar donde vivía. Quizá era el destino el que, pareciéndole más apropiado, se prestaba a sus anhelos. Cuando llegaron, empezó a degustar ricos albariños y empanadas de zamburiñas.

Fue después del fabuloso paseo por Las Cies, cuando en un pequeño restaurante de Bayona, se deleitó ante una bandeja repleta de langostinos. A los bigotones les acompañaban elegantes cigalas apoyadas sobre carnosos mejillones que escapaban del ácido limón con el que habían bañado las ostras.

-Ya tienes esos ojos- le decía él. Ella le miraba divertida sabiendo a qué se refería. Siempre que había algo que se saliera fuera de lo normal le brillaban los ojitos igual que a los mapaches cuando roban algo. Comieron hasta hartarse y como él tenía que conducir el regreso hasta la casita, ella bebió un poco más de la cuenta.

A la mañana siguiente arrancaron hasta Vigo donde caprichosamente, en la calle denominada La Piedra, abrían ostras ancianas señoras. Otra vez le hicieron chiribitas los ojos, y no paró hasta que consiguió sentarse ante media docena de babosinas. Nuevamente se acercó un albariño a la mesa, junto a un arroz a la marinera, un trozo de rodaballo y una enorme bandeja de pimientos de Padrón, que como cuenta la tradición, “unos pican y otros no”. A ella no le gustaba el picante, pero viendo como él comía sin problemas se decidió a probar uno.

-¡No pica! Y confiada, cogió otro y otro, y otro más. Hasta que sucedió... Al introducir uno de aquellos pequeñines se asemejó la boca bañada en un ácido que hacía arder todo en derredor. La lengua salía y entraba deseando respirar nueva calidez pero era imposible, la comezón era terrible. Pan y agua solucionaron el problema pero la inquieta salsas se atrevió con otro verdor. Terminaron riendo y llorando a la vez, mirándose mientras a uno le picaba más que a otro, los ojos empañados y revueltos entre agua, paladares revoltosos y miga de pan.

Aquella tarde habían quedado con unos amigos que se mostraron dispuestos a enseñarles pequeños retazos de Pontevedra. Les llevaron a visitar el balneario de Mondariz, donde se acercaron al oloroso manantial. Ya hacía una hora que el estómago de ella había comenzado a explayarse con un delicioso revoltijo de sensaciones a las que se le unió un vaso de agua sulfurosa de la borboteante fuente.

A la mañana siguiente, antes de que dieran las ocho, su trasero se apoyaba en una esquina del baño, recordando el poema que había escrito antes de comenzar las vacaciones: "Que me entren retortijones de comer tanto marisco".

Bueno, al marisco, le añadió las ostras, los pimientos y el agua repugnante de Mondariz. Dos días a suero y agua, hasta que se animó a comer una tortilla francesa.

Pero hay que pensar.....Sarna con gusto no pica, pero mortifica.