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UNA CESTA DE ERIZOS

UNA CESTA DE ERIZOS El último poema, el que aquí no figura, trata de las cosas que las mujeres llevan en la cabeza. Ese poema es una prolongación en marcha. Como las cosas que las mujeres llevan encima de la cabeza son también una prolongación. De niño, la mayoría de las mujeres del mundo en que me movía iban casi siempre con algo encima de la cabeza. Un peso. cestos y banastas con fruta, patatas o pescados. Lotes de ropa. Haces de hierba, o cereales, o helechos. Herradas de agua y calderos de zinc. Jarras de leche. Sacos de grano o harina. Leños atados. A veces, el asombro de ver una mujer con una máquina de coser. Una mujer con una barra de hielo. Una mujer con un lechón en un cesto. Una mujer con un pan de maíz del tamaño de una rueda de carro. Una mujer con quesos envueltos en berzas de col. Una mujer con una cesta de erizos de mar, puñetazos encarnados, denegridos de un sueño astrográfico... El de la memoria rebelde del mar. Lo que veo ahora, esos recuerdos ensartados, son signos que emergen con una fuerza expresiva que me hace ir hechizado detrás de ellas, detrás de esas mujeres-poema que caminan hacia delante, el cuerpo erguido, la mirada al frente, anticipando su andar la grafía de los pies que avanza por el trazo que dejó la mirada.

Así veo hoy la poesía. Es la escritura que lleva cosas en la cabeza. La caravana de las palabras que llevan un peso sobre la corona de paño, sobre las vértebras. La memoria. La prolongación. El peso del dolor, pero también la alegre excitación de quien lleva algo, algo más una re-existencia, encima de la cabeza.

Manuel Rivas

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