CARROS DE VIENTO
Le apetecía dejarse llevar por la velocidad del viento, pero no tenía tiempo. Cuando vió libre el pasillo central del supermercado, cogió carrerilla, apoyó el cuerpo sobre el carro de la compra y se dejó llevar.
Le apetecía dejarse llevar por la velocidad del viento, pero no tenía tiempo. Cuando vió libre el pasillo central del supermercado, cogió carrerilla, apoyó el cuerpo sobre el carro de la compra y se dejó llevar.
Llevaba años observándola sin terminar de saber cómo acercarse. Aquella noche aprovechó el ímpetu de Eolo y consiguió acariciar a su amada. Por la mañana, el sol alumbró dos verdes regaderas cuyos cuerpos descansaban en la balconada.