Castillo Les Milandes en la región de Aquitania en Francia
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La fue llenando de líquido, sin descanso. Gota a gota caía agua sobre la tierra que la sostenía. Una tras otra, transparencias discurrían entre las raíces. Empapada, se preguntaba porque hasta entonces no la habían ayudado a crecer.
Empezó a despertar ante tanta sustancia que iba cayendo. Ella, que se encontraba en el suelo comenzó a trepar entre huecos y piedra fría. Desnuda y verde, se fue uniendo junto a otras compañeras formando deliciosos revoltijos de enmarañadas hojas. Creció y continuó ascendiendo sujetándose en entrantes sin observar la caída que podía tener lugar. Subió hasta que la encontró y agradecida de todo el maná obtenido la rodeó con su clorofila para que se sintiera protegida.
Pero sucedió que la gárgola se mostró inanimada cual piedra y a pesar de la insistencia de la hiedra, no respondió.
Al no hacerlo, las pequeñas hojas decidieron continuar su camino y con esfuerzo, aunque ya no tenían el sustento del agua que brotaba de las entrañas del animal de roca, siguió buscando recovecos en los que apoyarse para seguir creciendo.
Viendo lo que acontecía, la gárgola se sintió dolida en su orgullo y empezó a escupir veneno para hacer daño a la enredadera. Una y otra vez, destiló daño y rencor hacia la planta que sólo quería ya ser feliz con lo que tenía. Una gota y otra, y otra y otra...
A pesar de sentir dolor por dentro, la clorofila redondeó la fachada de un deslumbrante verde. Pensaba que aunque la gárgola le hubiera dañado, la recompensa de haber llegado hasta allí arriba y poder alternar con el azul cielo era suficiente y que a pesar de ello la seguiría rodeando con sus ramitas y hojas aunque no terminase de ver un signo de disculpa por lo sucedido. No acertaba a comprender porque le molestaba tanto que ella se encontrase bien. Y por desgracia en su corazón comenzaron a morir pequeños brotes de alegría, de espontaneidad, de confianza... hacia aquel ser.
Un día, por sorpresa, unos ojos se giraron hacia la hiedra. Unos ojos que le dijeron que sentían mucho haberle hecho daño y todo lo que durante un tiempo fue orgullo, se convirtió en dignidad y en reconocimiento.
Espontaneidad, alegría, confianza...No sabe si algún día la recuperará.