Cada día a distintas horas, encuentra la mesa blanca como amiga. A ella le cuenta confidencias y en ella, descansa los brazos, apoyándolos en su lisa superficie.
Y la mesa, junto a la ventana, que casi siempre tiene los postigos cerrados cuando llega a la biblioteca. Los abre y contempla la pared de la iglesia, altiva y pétrea. Piedra que el tiempo ha contorneado en aguas de colores, provocando dibujos a lo largo de su alta presencia. Frente a ella, la pared de una casa con los balcones pintados de azul albergan macetas con flores alegrando el ambiente.
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Hoy sueño con la ventana, y sueño despierta. La ventana es vieja, de dos hojas, y en cada una de las mismas, el cristal se divide en tres partes, tres cristales por hoja. En el camino de mis ojos, el cristal es un cuadrado perfecto, enmarcado por un listón de madera. Y el cuadro que se presenta detrás, grande, muy definido en el volumen de su ente, con el tamaño encajado en la escala precisa.
Estoy de pie, y sin mover el cuerpo inclino mi cabeza para observar el cuadro del cristal que está debajo. Sólo veo la solera del balcón, un poco de barandilla y las piedras de la empedrada calle y la superfcie transparente, a pesar de ser cuadrada, me ofrece una perspectiva distinta, proyectando un pequeño lienzo. Y si subo la cabeza, veo al cielo intentando ser el protagonista de la noche que se avecina, un poco del muro de la iglesia y el tejado de la casa. Y también se le observa diminuto a este cuadro, por otro de los cristales de la ventana.
Pienso que si me agacho, la imagen del de abajo se haría grande, como la del cristal del medio, o si me subiese en una escalera, la de arriba... Pero cambiarían los elementos de lo que viera. Abajo, dejaría de apreciar las piedras de la calle y vería otra parte del muro de la iglesia...
Me gusta mirar así, me encanta jugar con las perspectivas, darles formas distintas, moverme para encontrar otros puntos desde los que apreciar cosas de distinta manera.